Ya es una verdad de perogrullo la afirmación de que vivimos en una economía del conocimiento y que por tanto la ciencia, la tecnología y la innovación condicionan el desarrollo de las naciones. Ha sido repetida tantas veces que uno podría pensar que ya debía reflejarse en nuestros planes y políticas. Sin embargo, no es así. El tema es tan importante que no podemos “hacernos pasito”. No se trata de criticar sistemáticamente, sino de tratar de entender. Nada nos sacará del marasmo si no conocemos la realidad en toda su crudeza. Para eso son muy útiles algunos informes internacionales y nacionales de dominio público y de reconocidas fuentes no interesadas.

El primero de ellos es el Reporte Mundial de la Ciencia que publica la Unesco cada cinco años. El último es de 2015. La primera figura que acompaña a esta columna fue construida a partir de sus datos, se escogieron pocos países.

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